dijous, 20 d’octubre del 2011

Festival de Sitges 2011 - Domingo 9 de octubre


Crónica: El punto de inflexión
(continuación, viene del día anterior)

Un extraño sonido llegaba al mercadillo. Algunos clientes esbozaban una mueca de desagrado. "¡Qué molesto!", se quejaba Jordi, un jubilado que disfrutaba de ese exótico apéndice del festival de terror. Era una estruendosa voz, muy forzada, que emanaba de unos altavoces, situados en frente de los tenderetes. Ahí había una pequeña plaza, donde se había instalado un escenario de titiriteros. Un arlequín debatía con un pirata sobre dónde podría estar el tesoro, bajo la atenta mirada de unos niños sentados en corro. Observaban en silencio y se sorprendían con los giros de la trama. De vez en cuando, la narradora se dirigía hacia su público, que respondía con un marcado entusiasmo. Alrededor de ese teatro estaban los padres: "Pasábamos por aquí y, cuando mi hijo ha oído « marionetas », nos ha obligado a llevarle", explicaba Javier mientras señalaba orgulloso a unos de los atentos espectadores. "Ése es Manuel". Habían venido a Sitges porque el padre era un cinéfilo. Sin embargo, habían terminado donde el pequeño quería; "como siempre", remató.




        Se trataba de una compañía de titiriteros de Cádiz, Clankarakol, que llevaba unos meses trabajando en Barcelona. Vecinos del parque de la Ciutadella, ofrecen algunos espectáculos detrás del Museo del Chocolate, en la calle Princesa. Llevaban una semana probando suerte en diferentes lugares de Sitges, siempre del otro lado de la Iglesia. Entre el Hotel Melià y el templo estaba el festival: "Ha sido llegar aquí y tener público", constataba Sergio, uno de los miembros de la compañía. "Hoy ya es tarde", eran las nueve menos cuarto, "pero mañana volveremos hacia el mediodía".
   

        No muy lejos de la plaza, Sara se despedía de unos turistas alemanes. Camarera del bar Maringà, a tiro de piedra de la playa, limpiaba la mesa de los que se alejaban para un grupo de franceses. Ya hacía años que vivía en Sitges, aunque éste era el primero en el que estaba instalada definitivamente. También era el primero en el que vivía el festival trabajando; hasta los años anteriores se había emocionado al ver gente famosa. Ese año, en cambio, no era más que un conjunto de rostros que se sucedían en la terraza del bar a los que Mónica, dueña del bar, tendía la carta. "Vienen de todos los países: italianos, alemanes, ingleses, italianos...", enumeraba « la jefa ». Así era; en cada mesa se oía una lengua diferente. "Es lo que me gusta de Sitges, la gente va, viene, y siempre estás conociendo nuevas caras", comentaba con una sonrisa mientras se tomaba un café durante su pausa. Ésta se vio interrumpida por los chillidos de un grupo de niños; la obra había terminado, ya tenían el tesoro. En el fondo del cofre había un espejo, "el tesoro eres tú", tarareaban las titiriteras.


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